Rincón gaucho. Detallado relato sobre estancias de la Patagonia
Yuyú Guzmán en su último libro ofrece una reseña de la historia de muchos establecimientos rurales del Sur
7 de Agosto de 2010 La Nacion
En esas desoladas costas, sin agua potable ni leña, sentaron un
precedente: la estancia como génesis poblacional. "Deje de lado
preconceptos, cuando quiera conocer las estancias del sur. No le diga nada a la
Patagonia: deje que ella, de algún modo, le hable", advierte Yuyú Guzmán
en Viejas estancias de la Patagonia, obra recientemente editada por Claridad.
Fueron extranjeros, en su
mayoría, los primeros que escucharon. En 1865 desembarcaron los galeses en la
desembocadura del río Chubut. Los bóers llegaron desde Ciudad del Cabo en l903,
al sur de la costa chubutense.
Otras dimensiones tuvieron las
estancias fundadas por empresas británicas a las que la Ley de Colonización les
adjudicó tierras -y en 1891 otra ley, previa devolución de un cuarto de la superficie
original, les dio en propiedad-: Leleque, madre de las cabañas patagónicas
dedicadas al Merino Australiano, El Maitén y Tecka en Chubut, Maquinchao y
Pilcañeu en Río Negro y Alicurá en Neuquén, iniciaron la cría de lanares.
Tal como reseña Guzmán,
levantando almacenes y hoteles, inmigrantes de otros orígenes crearon redes
comerciales y aprendieron el negocio ganadero, mientras los indígenas optaron
por lo que sabían hacer: apropiar o comprar animales para vender en Chile, o
trabajar en los campos. Muchos pobladores llegaron desde Buenos Aires.
Italianos y españoles formaron estancias en Punta Ninfas y la Península de
Valdés, donde también se explotaban las salinas. Muchos vascos compraban ovejas
en Carmen de Patagones y caminaban con su familia y su rebaño hacia el sur: se
establecían en tierras fiscales, en condiciones primitivas, esperando
concesiones que se otorgaban a los primeros pobladores, siempre de arduo y
largo trámite.
Largo viaje
Tras visitar más de cuarenta estancias, la autora
describe sus instalaciones, su producción, el colorido de sus jardines y el
sabor de sus comidas. Muchos de los descendientes de los pioneros compartieron
con Guzmán testimonios con rasgos de aventura, de desmesura, de penurias, y a
la vez, de intimidad y arraigo. En su libro la autora también cuenta de mujeres
que vivieron durante años sin salir de esos cascos, que criaron a sus hijos sin
médicos ni maestros y compartieron los trabajos de la estancia ovejera.
Explica Guzmán que las corrientes poblacionales que
llegaron a la desértica Santa Cruz tuvieron otro origen. Era el litoral más
próximo a las Islas Malvinas, y de allí provinieron los primeros ovinos que
ingresaron en Punta Arenas. Diez malvinenses, que formaron una sociedad, fueron
los primeros peticionantes de tierras para arrendar y formaron la estancia
Cóndor en 1885. Otros ovejeros malvinenses se ubicaron en tierras cercanas a
Río Gallegos. Alemanes, españoles, ingleses y yugoeslavos también ocuparon ese
extremo sur. Anita fue propiedad del Perito Moreno, y después de un legendario
empresario: allí concluyeron trágicamente las huelgas lideradas por los
anarquistas en 1921, cuyo contexto histórico y local es expuesto en el libro.
En Tierra del Fuego el Estado había ofrecido
facilidades a los ovejeros chilenos para comprar y arrendar tierras. Las que se
vendieron después de la muerte de Julio Popper, el buscador de oro, fueron el
origen de las estancias emblemáticas y pioneras. De los yámanas se ocupaba
Thomas Bridges en Harberton, la estancia que formó en 1886 en tierras que le
concedió el Congreso de la Nación, enseñándoles a trabajar, como hicieron
después sus hijos con los onas en la estancia Viamonte. Durante la presidencia
de Yrigoyen (1916-1922) se promulgó la ley por la que caducaban los
arrendamientos fiscales: divididas en lotes menores esas tierras beneficiaron a
nuevos pobladores, muchos croatas y españoles.
La cordillera fue el eje de poblamientos, comercio
y conflictos. Del lado del Pacífico, tierras fértiles, mercado, hasta mujeres
blancas con quien casarse. En los faldeos cordilleranos rionegrinos y
neuquinos, el mercado de haciendas en el que convergía el "camino de los
chilenos". Jesuitas y franciscanos la cruzaron hacia el lago Nahuel Huapi,
donde iniciaron el cultivo del manzano y la cría de ovejas, los colonos
alemanes que levantaron estancias y empresas, los intrépidos norteamericanos
George y Ralph Newbery, estancieros en 1890 junto al arroyo Chacabuco y al río
Traful. Por el este, entre Carmen de Patagones y el río Colorado, el trueque y
el comercio mantenían la convivencia inestable de otra sociedad fronteriza, por
la que incursionaba con sus arreos, cargando carretas y abriendo almacenes,
Pedro Luro, el fundador de Las Isletas.
Documentación
A partir de una rigurosa investigación y citando
obras de muchos autores que han escrito sobre la Patagonia, la autora revive la
trama histórica, económica, militar en la que se fueron hilando estas crónicas
individuales, familiares y fundacionales.
En 1884 se sancionaron la ley que fijaba los
límites de los seis Territorios Nacionales incorporados a la Nación y la Ley de
Hogar, que establecía condiciones para asignar tierras, y en 1885 la Ley de
Premios, que las concedía por mérito a militares y civiles. En el norte de
Neuquén, Manuel Guevara, un joven criollo de catorce años que llegó como
escribiente del ejército, recibió 10 leguas en Loncopué donde fundó El Pino
Andino. Bearneses, franceses, italianos, criollos, formaron otras estancias
históricas neuquinas. En La Pampa se encontraron en las sierras de Lihuel
Calel, donde los indígenas dejaron las únicas pinturas rupestres de la zona,
vestigios de una estancia primitiva. Las demás se fueron formando en
tierras adjudicadas por el Estado a civiles y militares. El actual Parque Luro
fueron tierras que heredó Pedro Luro de su madre, hija de Ataliva Roca, quien
como era usual en la época, compró boletos canjeables por tierras que se
otorgaban a los veteranos.
Muchas de ellas están abiertas al turismo, que en
el Patagonia "es siempre un intercambio de culturas, un aprendizaje y un
descubrimiento del otro", dice Guzmán en su libro, mezcla de crónica de
viaje y de reseña histórica.
Por Susana Pereyra
Iraola <br/> Para LA NACION
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