Los castores del Sur están fuera de control y por primera vez buscarán erradicarlos
Combate a una especie sin predadores
Clarín viajó hasta
Tierra del Fuego para ver cómo se prepara el equipo de expertos que se lanzará
a una tarea titánica: acabar por completo con una plaga fuera de control.
Es primavera pero en Ushuaia amaneció nevando. Se
supone que acá, en el Parque Nacional Tierra del Fuego, debería haber un bosque
tupido de lengas de más de un siglo de vida. Pero en este lugar parece que
alguien hubiera puesto una bomba: hay árboles que murieron de pie, hay árboles
de los que sólo queda un tronco mutilado que llega a la rodilla y hay árboles
ahogados en el agua quieta. Lo que pasó acá no fue el estallido de una bomba
sino una expansión descontrolada de castores, unos roedores que también destruyen
los puentes que van a las pistas de esquí e inundan rutas. Hasta ahora, los
expertos habían probado con cazarlos para controlar la especie, pero no
funcionó. Por eso, cambiaron de plan: por primera vez, van a entrenar a un
equipo para terminar para siempre con ellos.
“En 1946, trajeron 20 castores de Canadá con la idea
de fomentar la industria de las pieles. Pero acá, los castores no se
encontraron ni con osos ni con lobos, los depredadores que tenían allá, y
empezaron a multiplicarse y a expandirse”, arranca el biólogo Adrián Schiavini,
investigador del Conicet y a cargo de la Estrategia Nacional sobre Especies
Exóticas Invasoras. El descontrol fue tal que aquellos 20 castores hoy son, por
lo menos, 100.000 y ya afectaron una superficie de bosque equivalente a dos
veces la Ciudad de Buenos Aires. Por eso, fueron catalogados como “especie
exótica invasora”: algo raro de escuchar para el turista que llega a una
provincia en la que el “Cerro Castor” es uno de sus grandes atractivo
turísticos.
La imagen del árbol carcomido parece de dibujitos
animados. “El castor roe el árbol hasta que lo derriba, luego lo troza y lo usa
para alimentarse y para construir su madriguera”, dice Schiavini, parado al
lado de una lenga de tanto porte que lo hace parecer pequeño. El árbol está
erguido pero muerto porque el castor, que esta vez no logró derribarlo, cortó
las venas que conectaban las raíces con el cuerpo. Cuando lo tumba, lo troza y
arma diques que cortan el flujo del agua, “por lo cual, lo que era un arroyo de
montaña se convierte en una serie de embalses de agua quieta y muchos seres
vivos que vivían ahí dejan de poder moverse”, sigue. No es un arroyo o un río
aislado: el 95% de las cuencas de la provincia ya fueron colonizadas.
Erio Curto, Director de Áreas Protegidas de Tierra del
Fuego habla de tiempos: “Puede cortar un árbol pequeño en horas y un árbol
grande en días. Hablamos de árboles de 100, 150 años de vida”. Y a diferencia
de lo que pasa en Canadá, donde los árboles vuelven a crecer, la lenga no
rebrota. Acá, estos troncos delgados y grises, estáticos y con el agua al
cuello, son los brazos en alto de los árboles que murieron ahogados cuando los
castores alteraron la escena: voltearon árboles de ribera, provocaron el desborde
de los arroyos, inundaron todo.
Pero los daños no se limitan a las lengas, los ñires y
los guindos. Este verano destruyeron en semanas un puente de madera que habían
hecho para llegar a un centro de esquí (y que había costado 50 mil pesos).
“Puede cortar una pista de sky también porque se llevan los árboles e inundan el
lugar. También las rutas. Para la mente del castor, un terraplén con una
alcantarilla es un dique casi hecho. Tapan el agujero, eso se llena de agua y
la ruta se inunda. Llevar una máquina y deshacer todo eso cuesta unos 30 mil
pesos, y encima te vas y el castor lo hace de nuevo en 2 o 3 semanas”, dice el
biólogo. También son una amenaza para el agua de consumo porque pueden tener
enfermedades o parásitos que, cuando defecan u orinan, quedan en el agua.
Lo primero que quisieron hacer fue controlar la especie:
que los vecinos los cazaran, vendieran las pieles y cobraran por cola. “Pero no
funcionó porque lo hacían como un hobby o para tener ingresos extra. Y sólo
cazaban cerca de los caminos, nadie se metía al bosque y caminaba tres días con
el frío que hace acá”, dice Curto. Hasta que vieron que los castores ya habían
salido de la isla y habían nadado hasta Punta Arenas. Entendieron que si no le
ponían un punto final había un riesgo de que invadieran el continente, se
desparramaran por la cordillera y llegaran, por lo menos, hasta Neuquén.
Lo que ahora empieza, entomces, es un programa piloto
–coordinado por el ministerio de Ambiente de la Nación y la provincia de Tierra
del Fuego– en ocho áreas específicas. ¿Qué buscan? Por primera vez, intentarán
erradicarlos y restaurar después los ambientes afectados.
Esta semana comienza el “cásting”: entrenarán a varias
personas hasta elegir a las 10 mejores que irán a buscarlos: gente de campo,
guías de montaña acostumbrados a andar en el frío extremo, gente que se banque
meterse en helicóptero en los bosques y quedarse varios días con temperaturas
bajo cero, cazándolos y registrando todo, hasta que no quede ninguno. Chile
hará lo mismo: es la primera vez que dos países van a trabajar juntos para
frenar el avance de la invasión. El plan será implementado por la FAO, un
organismo especializado de la ONU.
Irán con trampas –que les dan un golpe en la cabeza y
aseguran una muerte rápida–, y será una tarea titánica: “Hay una o dos colonias
de castores cada kilómetro de río. Esperamos tener buenos resultados en 10 o 15
años”, dice Schiavini. La idea es que en este embalse de árboles asfixiados
vuelva a haber pasto y árboles naciendo. “Si este bosque vuelve a ser lo que
era, yo no lo voy a ver: para eso faltarán otros 70, 80 años”, sigue. ¿Habrá
que pensar en un nuevo nombre para el Cerro Castor, entonces? “No –cierra–. Si
algún día alguien pregunta por qué el cerro se llama Castor querrá decir que
hemos ganado la batalla”.
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